28/12/06

La voz del silencio

Capítulo: 10
La voz del silencio

Tengo cientos de defectos, como toda persona sobre la faz de la tierra. Algunos tenemos más, otros tienen menos. Unos son más graves y afectan a todo ser vivo que exista a nuestro alrededor, mientras que otros son más personales, y solamente atormentan al desgraciado poseedor de dicho defecto, el cual se ve incapaz de deshacerse de su carga. Y mi mayor defecto, para bien o para mal, es uno de estos últimos. Bien ya que al menos no suelo afectar a otras personas, hacerles daño o molestarles, y mal porque supone una carga en mi vida muy considerable, con la que he de vivir siempre, y que condiciona mi existencia.

Soy muy cerrado, excesivamente cerrado. No se trata solamente de personalidad, sino que lo extiendo a absolutamente todo lo que hago. No es solo que me cueste mucho relacionarme con la gente que me rodea, y muchísimo más hacer nuevas amistades. No es sólo que sea incapaz de sacar temas de conversación interesantes o de llevarme bien con mi compañero de asiento en el autobús. Además, a todas esas cosas que ya suponen una carga, se añade por ejemplo que no me gusta dar explicaciones a todo el mundo de mis motivos para hacer una cosa, muy especialmente si eso sólo me concierne a mí. Soy reticente a explicar por qué un fin de semana no me apetece salir, que he estado haciendo las últimas dos horas o cuales son mis planes para el próximo fin de semana. No me gusta dar explicaciones sobre las cosas que me afectan directamente, y sólo a mí. Y si afectan a otras personas, me gusta que los implicados lo sepan, pero nadie más. Nunca he sido capaz de comprender a aquellas personas que airean a los 4 vientos cada instante de su existencia, que desbordan extroversión por los cuatro costados. Como puede observarse, yo sólo puedo porque lo hago anónimamente.

Una vez leí en un libro que “llamar la atención consiste en convertirse en blanco de los que te rodean”, y yo siempre he sido del tipo de personas que prefieren prevenir un problema a tener que solucionarlo. Me gusta mantenerme al margen de las situaciones, controlarlas desde un rincón, apartado, sin que nadie se fije en mí. Cuando la gente sabe mucho de ti, cuando resultas tan llamativo que todos se giran para mirarte, te conviertes en sus objetivos. Cierto es que tiene su parte buena: te rodeas de personas, siempre tienes a alguien con quien contar, te vuelves popular y la gente no puede vivir sin ti. Pero por otro lado muchas de las personas que te rodean no son más que hipócritas que algún día te venderán, cuando el precio de hacerlo supere al de tenerte a su lado. Si les mantienes de lejos, si no saben apenas nada de ti, no podrán usar dicha información para perjudicarte ni dañarte.

Por eso en mi vida diaria no soy más que una pequeña persona silenciosa que pasa desapercibida ante la mayoría de la gente que convive conmigo. Resulto socialmente invisible para la gran mayoría de la gente, y es aun más complicado saber algo de mí, de mis intenciones o de mis sentimientos. Y funciona para evitarme problemas, pero tal y como he dicho ya, se convierte en mi mayor problema. Es un problema porque es desproporcionado y descontrolado.

Desproporcionado porque oculto más de lo que debería, lo suficiente como para impedirme tener una vida social decente. Son pocos los amigos que tengo, difíciles de mantener, y prácticamente imposible conseguir otros nuevos. Cuando las cosas fallan, no me queda nadie a quien recurrir. Siempre he seguido la filosofía de que si quieres algo, has de preocuparte de hacerlo por ti mismo, porque nadie se molestará por ti. Pero en muchas ocasiones has de depender de otras personas, y se vuelve muy difícil cuando no tienes a nadie de quien depender.

Y también es descontrolado, ya que es un comportamiento que no puedo evitar. No sé ser abierto, y aunque supiera no sería capaz de hacerlo. Es una forma de ser superior a mí. Para la mayoría de la gente no es difícil relacionarse es algo que se hace de forma instintiva, y pueden variar su comportamiento como consideran oportuno en cada situación. Por el contrario yo soy como soy, y me es imposible hacerme el gracioso, entablar conversación con un desconocido o divulgar información sobre mí mismo, mis intenciones o sentimientos.

Pero nadie es perfecto, y en el fondo prefiero que este sea mi mayor defecto, a ser un avaricioso, un engreído o un hipócrita.

22/12/06

Recuerdos de papel

Capítulo: 9
Recuerdos de papel

Anoche, antes de acostarme y dar por terminado un largo día, saqué una pequeña caja de cartón donde guardo una pequeña parte de mis recuerdos. Y allí, entre hojas con números de teléfono y sobres, entre direcciones y fotos, se encontraba la carta que yo estaba buscando. La primera, y última, carta de mi primer, y último, gran amor. Sabía que la tenía guardada allí, entre todas las cosas que me importan tanto como mi propia vida. Cogí el sobre abultado, con mi nombre y dirección en tinta negra corrida, dos sellos sin matasello y unos cuantos folios doblados escritos con un bolígrafo “bic” azul, normal y corriente. Y pese a ser algo tan habitual como papel y tinta, ya había olvidado las maravillas que guardaba dicho sobre en su interior. Maravillas que quizá nadie logre igualar nunca.

La hojeé lenta y atentamente, recreándome en cada palabra que ella escribió a finales de aquel otoño, que tan lejano queda de mi memoria y tan cercano aun de mi corazón. Contemplé su caligrafía mayúscula, las frases, los dibujos en los márgenes y hasta la esquina rota de la primera hoja. Me quedé embobado mirando una hoja que me mandó, que contenía los “te quiero” que ella había escrito pocos días antes, mientras hablábamos por teléfono. Y anoche leí aquella carta de la forma que nunca lo había hecho: con el tiempo a mi espalda; y recordé aquello que jamás había olvidado: que al dejarla marchar, por no poder retener aquello que no llegué nunca a tener, había perdido la mejor parte de mi vida, y que nunca jamás volvería.

Pero mi duda es si realmente nunca llegué a tenerla, o si la tuve y la perdí, como tantas otras cosas que han pasado por mi vida. Una carta como esa no se le escribe a un amigo cualquiera, a una persona a la que simplemente aprecias. La carta estaba plagada de amor. No de un amor claro, ni un amor declarado de la persona que desea estar con otra a cualquier precio. Era un amor basado en un cariño infinito, basado en cientos de pequeños subterfugios, de ternura oculta que rebosa de las letras y se te pega al alma a través de los ojos. Jamás nadie me dijo cosas tan bonitas como las que escribió en esa única carta. Y no eran palabras especiales. Nada tenían que ver con los grandes poemas que le escribí, rozando lo barroco, ni con la letra de la canción de amor más bonita jamás compuesta. Eran palabras normales, palabras comunes que cualquiera puede escribir con facilidad, pero escritas con la ternura de la persona que quizá me habrá querido cuando mi vida llegue a su fin.

Al acabar de leer recordé lo que fueron aquellos grandes tiempos para mí. Mis largas conversaciones telefónicas de horas de duración por el simple placer de escuchar aquella voz, la cantidad de versos que le dediqué a cada sentimiento que supo crear en mi, los cientos de palabras escritas cada día a su correo electrónico para que jamás sintiera que la olvidaba un solo segundo. Porque no era capaz de alejarla de mi mente en momento alguno del día, como sé que ella no me alejaba de la suya, hasta el punto de escribir su nombre en cada página de los libros que por aquella época debía atender durante 6 horas al día. Ella representó el mayor amor que he podido sentir jamás por una persona, un amor que surgió pese a que siempre fui consciente de su imposibilidad. Y pese a ello, pese a no alcanzar nunca la reciprocidad, me hizo la persona más feliz del mundo como si hubiera sido completamente correspondido.

Y ayer, al leer la carta, dudé de si realmente no había llegado a ser correspondido. Con la distancia y el tiempo uno aprende a valorar las cosas desde una perspectiva totalmente diferente, y aquella carta no era una de esas que se escriben a un amigo corriente por el simple placer de escribir. La carta era una necesidad que ella sentía de tenerme, de llegar a mí, y de enviarme una parte de su alma en forma de palabras que conservase en mi corazón toda la vida. El motivo exacto de la carta, sus sentimientos concretos, es un gran misterio para mí, que nunca podré desvelar, pues pasado tanto tiempo, ni aunque ella misma me los dijera en persona, yo podría saber si realmente eso fue lo que ella sintió, o lo que ahora desde su perspectiva actual creyó sentir. Pero no me importa, pues la duda, la posibilidad de que quizá llegase a alcanzar la meta imposible que me propuse, es todo lo que necesito para tener esa carta como mi mayor tesoro, y esa época como la mejor de mi vida.

Al final la historia de amor, como todas las historias, tuvo un final. Fue un final alegre, o al menos mucho más alegre de lo que podría haber sido. Ella encontró a su hombre ideal, y vive feliz junto a él, mientras que yo pasé a formar parte de ese pasado que sólo permanece en su memoria. Por mi parte, aprendí a superar el dolor de no tener lo que deseaba, y curé la que fue mi primera herida, mi primera cicatriz, que entró a formar parte de mi siempre cambiante personalidad. La carta me recordó lo mucho que se puede llegar a querer a una persona, y que el verdadero amor jamás pasa. Por mucho tiempo que transcurra, siempre seguirá ahí. Se aprende a vivir con la espina, con la herida. Se aprende a soportar el hecho de su imposibilidad, a convivir con ella y hasta ver el lado bueno. Puedes ignorar el sentimiento, disfrutarlo, abandonarte al dolor o sacar fuerzas de él en los peores momentos. Pero lo que nunca puedes es eliminarlo.

21/12/06

Segundos infinitos

Capítulo: 8
Segundos infinitos

Al final llegaron las vacaciones de navidad, como tenía que suceder antes o después. Y aunque ha sido más bien antes, se ha hecho de rogar como si hubiera sido tras un largo después, pues pocas semanas desde que estoy en la universidad se me han hecho más largas que esta que por fin acaba. Si ya el propio martes a las 3 de la tarde parecía que habían pasado siglos desde que comenzó la semana, en lugar de las 24 horas reales, el hecho de tener dos exámenes, uno ese mismo martes, y otro hoy, no favorecen la situación.

No se puede decir que me haya molestado demasiado en estudiar; la semana ha sido más bien de relajación y pasividad, pero eso no quita para que no se me hicieran eternas las clases, las horas en casa y hasta los obligados viajes en autobús. Ninguno de los dos exámenes ha sido algo realmente trascendental. El primero contaba dos puntos sobre la nota final, diez preguntas tipo test, 15 minutos, un profesor y un alumno. Solo puede quedar uno... Así que ya veremos quien queda, aunque lo intuyo con facilidad. El segundo ha sido el último parcial de química física, pero en principio por mal que saliera ya daba aprobado, así que no hay problema. Solo queda ver si mis medias coinciden con las de la profesora en cuestión. Si es asi, mi año acaba con 6 créditos asegurados, y solamente me faltarían por asegurar 63. Menos es nada.

Al final, cuatro personas en la última clase, aprender que hay una escala para valorar el picante, y para casa, a disfrutar del fin de semana, las navidades, las fiestas y todo lo demás. El próximo examen será dentro de tres semanas, 5 temas fáciles que puedo dominar sin dificultad en 4 o 5 días. Después toca el turno a analítica, con muchas valoraciones de ácidos y bases, diseño de procesos y algo de metrología. Y luego otros cuatro meses de tortura hasta verano.

Pero en el fondo es así porque yo lo elegí, así que sigamos adelante hasta donde aguantemos. Por ahora se presentan unas semanas de vagancia concentrada que aprovechare muy bien desaprovechándolas. ¿Qué mas se puede pedir?

15/12/06

Una caries curiosa

Capítulo: 7
Una caries curiosa

Una de las ventajas de tener un horario de tardes en la facultad es que puedes dormir todo lo que quieras. Desde que era pequeño mi horario laboral ha estado condicionado a los horarios de mañana: me levantaba a las 8 de la mañana y me acostaba antes de las 12. Esto ha cambiado este año, cuando por fin he podido modificar mi horario nocturno a uno más adecuado a mi naturaleza. Ahora puedo quedarme despierto hasta la 1 o las 2 de la mañana y levantarme entre 10 y 11, lo cual significan 9 horas de sueño, en contraposición con las 6 y media que tenía, por ejemplo, el año pasado.

Esta modificación del ciclo circadiano ha traído consigo muchos cambios, como una mejora de la atención en clase y mucho menor cansancio acumulado. Pero además, ha provocado un curioso efecto secundario: suelo ser capaz de recordar el último sueño. Antes nunca podía recordar mis sueños. Se puede decir que conseguía mantener en mi memoria uno o dos sueños al año. Ahora mi sueño se reordena en dos ciclos de 4 horas, con un breve periodo de vigilia entre medias, y lo curioso es que puedo llegar a recordar unos 10 sueños al mes, siempre el correspondiente al final de uno de los dos ciclos, que suele ser, en general, el segundo (ya que en este la última fase no suele ser tan profunda, y a veces permanezco en un estado de semiconsciencia).

Además, he podido comprobar de nuevo una extraña capacidad que conocía desde pequeño, y es que puedo mantener un cierto control sobre los sueños. Esto es apreciable en que la mayoría de las veces mi yo del sueño sabe que es un sueño, sabe que no es real lo que está sucediendo, y que en realidad estoy tumbado en la cama. Por otro lado, muchas veces en los sueños puedo soñar con algún tipo de explicación, quizá que me estén dando en ese momento. Unas veces es cierta, mientras que otras es una explicación absurda, que no tiene ningún sentido, y mi yo del sueño sabe que lo es, sabe que las cosas no tienen sentido, y se puede decir que soy consciente de la explicación verdadera, o de parte de ella al menos. Y por último, la más útil habilidad de control del sueño que poseo es la capacidad de despertar a voluntad. En un momento dado me encuentro en una situación de estrés, en ese momento digo “basta”, y automáticamente todo desaparece y despierto, suavemente.

Pero esto no siempre funciona, ni los sueños suelen ser cosas agradables. Hubo una vez que de un sueño de unos diez minutos comencé a escribir una historia, la cual no llegué a acabar. Pero mi último sueño (sucedió hace un par de días), fue algo completamente absurdo. No recuerdo que hacía ni con quien estaba. Lo único que recuerdo es que en uno de mis incisivos superiores tenía una caries. Pero no es una caries normal, ya que era ovalada y enorme, pero completamente liso, como si el propio diente fuera hueco y ese agujero hubiera sido hecho a propósito. El caso es que no sabía como había llegado eso ahí, por lo que decidí investigarlo con mi lengua, pero nada más tocar brotó un dolor intenso como si hubiera tocado un nervio desnudo, y comenzó a doler como si tuviera ahí un clavo ardiendo, hasta que aparté la lengua. Y a la vez, curiosamente, al dolor le acompañaba un ruido atronador, pero que surgía de mi cabeza, como si el cerebro se lo inventase.

En fin, supongo que no siempre se pueden tener curiosos sueños que te den material suficiente como para escribir una buena historia. Pero por otro lado este sueño me ha dado hilo suficiente como para todo lo que acabo de escribir, así que supongo que no está tan mal tener sueños extraños de vez en cuando. Solo me pregunto que diría Freud de mi sueño, aunque por lo que dicen, la caries y la lengua bien podrían ser buenos símiles de... pero que importa.

12/12/06

Llegando tarde

Capítulo: 6
Llegando tarde

Acabado el puente llegó el momento de plantarle cara al examen que debería haber estado estudiando durante los largos días de fiesta. Pero en lugar de haber estudiado y hacer ejercicios, no hice nada más que repasar mentalmente aquellos que ya tenía hechos, confiando en que el saber acumulado con el paso de los años y una buena dosis de suerte me ayudarían a salir airoso.

Cabe destacar que, por motivos que no vienen al caso, llegué al examen media hora tarde, por lo que mi entrada en clase fue poco menos que triunfal. Mientras escucho a mi espalda la voz de la profesora diciéndome “Tranquilo que hay tiempo” corro hacia las perchas a depositar mi abrigo (que por cierto, pesa lo suyo). Recojo los folios, tomo asiento y recorro con mi mirada el folio del examen.

Lo primero que me encuentro es un problema de termoquímica. Realmente es el ejercicio más sencillo que un estudiante puede esperar en una asignatura como esa, ya que no consiste más que en sumar y restar reacciones, y multiplicar y sumar los numeritos asociados a cada una de ellas. Pero comienzas a contar, y ves que aparecen ante ti unas 8 reacciones distintas, cuando normalmente con cuatro ya puedes comerte la cabeza un rato. Pero sigue sin ser difícil, hasta que se te atraganta el ajuste de la reacción consistente en quemar ácido acético (vinagre). A mi me gusta mucho quemar cualquier cosa que se quede quieta ante mis ojos el tiempo suficiente, pero desde luego nunca había intentado quemar vinagre.

Posteriormente veo el siguiente ejercicio, en el cual me piden que diga el peso de un disolvente si al disolver una cosa rara eso hierve a 0’2 grados más de temperatura. Ese problema sería sencillo si no fuera por el simple hecho de que no me acuerdo de la forma de la formula. Mi instinto grita: R. Mi lógica me recuerda: “T al cuadrado”. Y como tengo una ecuación que no sé para lo que quiero, pues meto también una H, que en realidad no tendría que estar. Como consecuencia obtengo un bonito peso molecular de 700, lo cual equivaldría a una molécula 39 veces más pesada que el agua (lo cual es demasiado).

Por suerte me salvan los dos últimos ejercicios, que son los mismos que se resolvieron en clase una semana antes. Así que mecánicamente, tal cual estaban plasmados en mi memoria, los voy escribiendo directamente, sin pararme ni tan siquiera a pensarlos, con el fin de asegurarme el cinco. Al final recordando los resultados que me dieron en su día, las cosas parecieron ir medianamente bien. Por tanto, creo que el examen está aprobado, y por tanto casi casi la asignatura.

Ahora no queda más que un tema de destilaciones, algo de equilibrios, un poco más de trabajo y 7 días laborales más, y luego: vacaciones.

9/12/06

No dejes para mañana...

Capítulo: 5
No dejes para mañana...

Últimamente me da por pensar en ciertas cosas pasadas, en como fallaron por culpa mía y del azar. Probablemente sea por el exceso de tiempo libre, teniendo en cuenta que enterré mi dolor tras una montaña de trabajo por hacer, y es ahora, cuando el trabajo disminuye, cuando me doy cuenta de que el dolor que enterré no ha desaparecido, sino que sigue estando ahí detrás después de todo. Hay cosas que el tiempo no cura ni se resuelven por sí solas.

Mi último amor fue una situación extraña. Podría decir que todas las veces que me he enamorado han sido situaciones extrañas, pero esta en concreto fue distinta, y muy larga. No era de mi ciudad. De hecho, estaba bastante lejos de mí, a cientos de kilómetros. La conocí por casualidad, como se conoce a la mayoría de las personas por aquí, y comenzamos a hablar. Al principio todo eran tonterías (como es típico en mí), nada serio. Hablamos un poco de lo que éramos cada uno, y en el fondo creo que le conté de mí más de lo que acostumbraba a contar a nadie. Desde luego ahora mismo ella sabe de mí mucho más de aquellos que me rodean, pero ciertos regalos nunca se valoran como nos gustaría.

Lo que sucedió es que poco a poco fui enamorándome. Parece una tontería, es como engancharse a una droga: al principio no te das cuenta, y de repente, cuando eres consciente de ello, descubres que lo estabas ya desde mucho antes. Fueron dos meses, quizá tres, hasta que me di cuenta de lo mucho que la quería. Sin embargo la distancia no lo permitía, y al final opté por abandonar. La solución más fácil, la más dura, la peor. Ese fue mi primer error. No fue el último.

Durante una temporada conseguí ocultar algo que seguía estando allí. Fue una época en la que estuve bastante deprimido, sin rumbo y apático. Quizá esas fueran las causas, o puede que las consecuencias. Si se le suma el estrés de los estudios, la verdad es que no sale nada bueno. Pero sobreviví a esa época errática de actos y sentimientos y, cuando llegaron mejores tiempos, descubrí que lo que había querido ocultar seguía estando allí, perfectamente conservado, intacto. Nada había cambiado. Al final, decidí lanzarme a por todas y se lo dije.

Escuché “necesito tiempo” muchas veces al día. Me enteré que también a ella le había gustado, justo por mi época apática, y que precisamente por eso nunca me lo llegó a decir, y al final me dejó por imposible. La diferencia es que yo la seguí queriendo, mientras que ella realmente se olvidó de mí. Como ya he dicho me pidió tiempo, muchas veces. Yo bromeaba diciendo que cuando alguien te pide tiempo es como decir: “Tu sigue ahí esperando mientras me busco algo mejor, y ya si todo fallo me conformaré contigo”. Ella siempre dijo que no. Mi intuición siempre acaba teniendo razón: Fue que sí.

Dos semanas antes de ir a estudiar a menos de una hora de donde vivo, acabó liándose con otro. Al final terminó en algo serio, pese a que iba a estar mas lejos de su novio que de mí, y yo me encontré completamente solo, tal y como sabía que pasaría, pese a que ella siempre dijo que no. Fue una época bastante mala, mi última gran depresión. La solucioné centrándome en cosas que hacer, y olvidando mis sentimientos. Cuando tengo tiempo para pensar, recapacito sobre todo lo que pasó, sobre lo que sucede cuando dejas para mañana lo que pudieras haber hecho hoy. Pero el dolor sigue estando ahí. Aprendes a convivir con el dolor, pero este nunca llega a desaparecer del todo. Soy incapaz de ver fotos suyas, y pensar en ella me hace mucho daño. En el fondo soy débil, cualquier persona normal lo soportaría mucho mejor que yo.

Desde entonces han cambiado muchas cosas en mi. Cerré los últimos resquicios de mi coraza, y durante el tiempo que pasó hasta hoy fui lo más hermético que he llegado a ser jamás. Las cosas comenzaron a importarme mucho menos, y me libré de preocupaciones. La mayoría de mis problemas no tenían ya importancia, cuando pasaba algo malo, para mí ya no eran nada más que molestias. Al final perdí hasta la capacidad de enamorarme, de encariñarme, de querer.

Supongo que volveré a caer, como todo el mundo cae antes o después. Sólo espero que la próxima vez no vuelva a ser así. Es horrible.

5/12/06

Gotas caen

Capítulo: 4
Gotas caen

Me gustan estas semanas “a la inversa”, en las que los días de diario son dos y los de fiesta cinco. Y no me importa que tenga que pasarme la mitad del puente estudiando química física para un examen que tendré el lunes (y que por otro lado no puede ser más fácil), ni me importa que ahora mismo esté lloviendo sobre mi cabeza (estoy bajo el cristal de la ventana de una buhardilla). Lo de estudiar se soluciona con un poco de planificación, construyendo un horario y teniendo un reloj cerca. Lo de la lluvia es más difícil.

No me gusta la lluvia. Cuando la gente me pregunta por qué, normalmente bromeo diciendo que es porque soy soluble en agua (a los entendidos les digo que mi Kps es del orden de los millones). Hay quien no entiende el chiste, y desisten de seguir preguntando, considerándome un bicho raro a partir de ese momento. Considero la lluvia como algo molesto, la sensación de humedad y el frío que le acompañan me aletargan, me hacen sentir cansado y me apagan tanto el cuerpo como el ánimo.

Quizá este asociado a que la mayoría de las veces que ha llovido por aquí era pleno invierno, hacía frío, eran las 8 y algo de una mañana de lunes y me dirigía andando al instituto mientras me empapaba por culpa de toda la lluvia que el paraguas no evitaba. Luego en clase me sentaba en mi sitio, lejos de los radiadores, y a pasar frío por la humedad acumulada en la ropa. Aunque puede que también se deba a aquella vez que llovía a cantaros y tuve que recorrerme media ciudad bajo la lluvia sin paraguas para encontrar a mi madre y que me dejara las llaves de casa que yo me había dejado olvidadas encima de mi cama. O quizá fueron aquellas veces que salí por la tarde de mi casa cuando hacía un sol espléndido y cuando llegó la hora de volver a mi casa desde la otra punta de la ciudad comenzó a llover.

Cuando suelo hablar con otras personas, normalmente me dicen que a ellos si que les gusta mucho la lluvia. Lo que no suelen especificar a la primera de cambio es que les gusta la lluvia en verano, cuando hace calor, en un parque, tumbados en la hierba abrazados a sus parejas de turno. Francamente, a mí así también me gusta la lluvia. O en la cama calentito abrazado a mi [hipotética] pareja de turno, mientras cae un chaparrón fuera y ella se acurruca junto a mi al compás de los truenos y relámpagos. Pero la realidad es otra muy distinta, y cada vez que llueve y me tengo que ir andando (en el mejor de los casos a esperar en una parada de autobús desguarnecida), me entran ganas de meterme en mi cama, bajar las persianas e hibernar como un oso polar hasta que llegue.

Pero hay de todo en la vida, y al igual que hay bonitos y radiantes días de sol y bellas y misteriosas noches de niebla cerrada, tendré que aguantarme con los días de lluvia, seguir mojándome y aguantarme. De todas formas, al menos es bueno para el campo.

3/12/06

Escudo y coraza

Capítulo: 3
Escudo y coraza

Existe una gran coraza que protege mi interior. Esa es la causa de que por más que busques jamás averiguarás aquí cual es mi verdadero nombre, quien soy, de donde vengo o a donde voy. Todo eso es algo que guardo muy en mi interior. Soy de la opinión de que mostrarse a la luz es convertirse en blanco de todos los depredadores que andan sueltos por el mundo. Mantenerte oculto, por el contrario, te mimetiza y evita disgustos. Tiene sus ventajas e inconvenientes, pero no es algo que pueda controlar. Es instinto, experiencia y subconsciente.

No siempre fui así. De hecho cuando solo era un crío que no levantaba dos palmos del suelo era todo lo contrario. No había persona que al cruzármela por la calle no saludara, pese a que no la conociera de nada. Era simpático y agradable, me llevaba bien con todo el mundo y a la larga todo el mundo me quería y apreciaba. Pero el hecho de tener que cambiar de ciudad varias veces en pocos años hizo que las relaciones sociales comenzaran a costarme mucho más. Hacer amigos se convirtió en algo muy difícil, y de hecho no llegué a tener amigos de verdad hasta los 14 años. La mayor parte de mi infancia la pasé relativamente solo, con gente a la que le daba igual que estuviera con ellos o que no.

Con el tiempo logré una cierta estabilidad, un grupo de amigos medianamente estable y algo de confianza con ciertas personas. Eso repercutió favorablemente en mi, y el hecho de encontrarme rodeado de gente que me apreciaba hizo que comenzase a abrirme un poco más, y a mostrar mis sentimientos. Decir “te quiero” me dejó de sonar raro, y descubrí lo agradable que puede resultar que alguien te abrace porque sí, sin que exista un motivo en particular.

Fue por aquella época en la que me enamoré por primera vez. Fue como ha de ser el amor: no dejaba de pensar en ella ni un instante al día, hablaba con ella por teléfono durante horas, le escribí páginas y páginas en forma de e-mails, escribía su nombre en cualquier sitio que estuviera quieto frente a mí el tiempo suficiente y, sobre todo, pensaba que jamás podría sentirme infeliz mientras ella existiera. Pero era un amor imposible, y nunca pudo llegar a ser. Desde el día que decidí olvidarla y desistir de ella hasta que lo conseguí, pasó un largo año. Unas veces me levantaba y la deseaba con locura, otros intentaba reprimirme y olvidarla, y otros simplemente prestaba atención a otras cosas y no tenía demasiado tiempo para pensar en otras cosas. Ahora ella tiene su vida y hace mucho que no hablamos.

Posteriormente me enamoré alguna que otra vez. Todas ellas fracasos que no llegaron a nada por un motivo o por otro. Pero cada una de esas veces fue siendo peor. Los sentimientos ya no eran los mismos, sino algo más débiles que la vez anterior. Ya no sentía lo mismo, con la misma fuerza, y yo tampoco era tan cariñoso como la vez anterior. Los fracasos amorosos se fueron convirtiendo en un veneno acumulativo que poco a poco iba ingiriendo, sin darme cuenta. Algunas veces la otra persona fue la que me hizo daño, mientras que otras fui yo sólo el único culpable de mi malestar. Pero fuera como fuese, cada fracaso iba endureciendo la coraza un poco más. Cada una de las decepciones me ha hecho un poco más frío, un poco más reservado, quizá para que inconscientemente ponga los medios para que no vuelva a suceder.

Ahora, fantaseo muy a menudo con lo que sería tener una relación seria con alguien, con lo que sería tener una vida en pareja con algunas personas de mi entorno. Pero cuando lo pienso profundamente, me doy cuenta de que ya no quiero eso, que ya no soy capaz de amar. No podría tener una relación de pareja, ya que estoy demasiado acostumbrado a una vida en solitario, y tengo demasiado miedo a otra puñalada más que deje una nueva cicatriz. Puedo intentar ser cariñoso, amable y cálido, pero sólo voluntariamente. Si simplemente soy yo mismo, ya no soy capaz de encariñarme con otra persona.

Es una tortura para una persona ser esclavo de la coraza que el mismo levanta para protegerse, pero no podría soportar que me volvieran a hacer daño. Así que dejo que la vida pase ante mí, no busco compromisos estables porque sé que no estoy preparado para ellos, ni podría hacer ya feliz a otra persona. Creo que algún día llegará la persona que sea capaz de hacerme volver a amar, pero desde luego no será pronto, ni lo conseguirá fácilmente, porque hay muchas cosas rotas en mi interior que hay que reconstruir antes.

1/12/06

El que pone los exámenes

Capítulo: 2
El que pone los exámenes

Lo peor de la vida del universitario es, sin lugar a dudas, los exámenes. En concreto los de asignaturas difíciles llenos de un montón de conceptos para memorizar y de mecanismos que comprender. Estos se agravan cuando en el examen caen preguntas de un tipo que no habías visto en la vida, y que tienes que resolver por tu cuenta con un poco de conocimientos y bastante imaginación. Añade que si suspendes el parcial vas al final con todo y, ya por último, son peores aun cuando has estudiado toda la materia de tres meses en 5 días, sacrificando las partes que considerabas menos importantes porque no había tiempo para ellas, o considerabas que en caso de necesidad se pueden inventar con facilidad. Hoy he tenido uno de esos exámenes.

“El que pone los exámenes” es mi profesor de orgánica, o así al menos es como se ha autoproclamado él en varias ocasiones a lo largo de lo que llevo de curso. Usa la frase para advertirnos de aquellos ejercicios que más le gustan, con el fin de que trabajemos un poco más de lo que acostumbramos, que suele ser más bien poco. Debe de pensar que si nos amenaza con ellos para el examen, los estudiaremos hasta desgastar el folio con la mirada. De lo que aun no ha debido darse cuenta es que todos los años caen los mismos tipos de ejercicios (no hay otros), por lo que una advertencia así es como advertirnos que el cielo es azul.

Por otro lado también le gusta bromear sobre lo que nos va a entrar en el examen, o darnos pistas falsas. Si por él fuera, no sólo de química nos examinábamos, sino también de latín, griego y alemán, y así nos lo hace saber con regularidad, cada vez que puede referirse a la etimología de algún tecnicismo. Más de uno la primera vez se habrá tomado la advertencia en serio y habrá acabado por darse cuenta de que era una broma cuando iba por la letra F del diccionario de alemán.

Y lo peor de todo es que a “El que pone los exámenes” le encanta engañarnos de vez en cuando. Para ello emplea dos milenarias estrategias: engaño directo y autoengaño. El primero consiste en que según esta dibujando o diciendo algo lo hace mal a propósito, y si no te das cuenta, lo dejas copiado hasta que a él le dé la gana decirte que lo tienes mal (lo cual puede ser días después). El autoengaño por el contrario consiste en que te hace una pregunta, y cuando tú la respondes mal, él continúa como si fuera verdadera. Teniendo en cuenta que apenas tienes tiempo para pasar a papel el continuo volumen de información, el fallo puede pasarse mucho tiempo sin ser detectado.

Pero pese a todo eso, no está tan mal la asignatura. Aprendo bien, las clases son entretenidas y al fin y al cabo la materia es algo que me gusta, por lo que el examen no ha tenido demasiadas complicaciones. Preguntas fáciles y no tan fáciles, pero en pocos exámenes he tenido esa sensación de saber en todos los ejercicios qué había que hacer, en lugar de actuar a ciegas por intuición, como acostumbro. Supongo que acabará saliendo con buena nota, como siempre, y podré relegar los apuntes a algún oscuro rincón de mi armario, hasta que los archive definitivamente en junio. Si es así, es un nuevo éxito en mi larga carrera.