30/11/06

Muerte y resurrección

Capítulo: 1
Muerte y resurrección

Todo comenzó con el inicio de la fiebre de los blogs. Una época en el que tener una bitácora era algo que te distinguía de los demás, en la que aquellos afortunados que mantenían un blog eran personas con arte, con talento, con carisma y, sobre todo, con algo que contar. Eran tiempos en los que veía las bitácoras personales y me apetecía escribir a mí también. Sentía el gusanillo de la expresión moviéndose por mi cerebro. Vivía un periodo en que escribía por cualquier cosa: cartas a los amigos lejanos, e-mails a diario para la chica que me gustaba, filosofía de bolsillo para quien tuviera unos minutos para mí. Pero un blog era algo muy distinto, ya que no tenía mucho que contar, y mucho menos para hacerlo regularmente.

Pasaron unos meses, y al final uno acaba cayendo en la tentación. Comenzó como un juego. Era una forma de probar a ver que sucedía, pero sin esperar que saliera nada serio de todo aquello. Una página prefabricada de fondo negro tan recargada de adornos para hacerla bonita y llamativa que tardaba una eternidad en cargar. La primera entrada fue la típica presentación, unas pocas líneas diciendo quien era y que esperaba de aquello. Las siguientes tonterías sin importancia. Poco a poco, con regularidad, fueron escribiéndose palabras, frases, textos enteros. Cientos de kilobytes acumulados en forma de letras, archivándose para quien en un futuro lejano tuviera ganas de leer mi diario.

Luego llegó la edad de oro. Un tiempo en que mil visitas semanales eran una costumbre. Por aquella época cada entrada no recibía menos de 7 comentarios, muchas veces de personas ajenas que pasaban por allí en aquel instante y decidieron que 5 minutos de su tiempo merecían ser gastados en decir algo al respecto. Fue la época de las grandes entradas, de los textos perfectos. Párrafos que atraían la atención de aquel que les leyera, que les llenaban de sentimientos y les hacían pensar sobre si mismos y sobre todo lo que les rodeaba. Algunos textos gustaron tanto que no tardaron en aparecer personas que los copiara literalmente para atribuirse el mérito. Incluso hubo quien copió al que los había copiado anteriormente. Por un lado es doloroso ver como tus palabras se esparcen al viento sin que nadie tenga en cuenta a aquel que las creó, que les dio vida de aquella forma concreta. Pero por otro lado te llena de orgullo saber que escribiste algo que gustó a aquellos que lo leyeron, te hace feliz saber que aquello que escribiste se esparce porque la gente lo considera importante.

También fue la época de las relaciones sociales. Cada uno de los visitantes era un mundo, y algunos de ellos quisieron compartirlo conmigo. Conocí a muchas personas en aquel tiempo. Algunas fueron amistades efímeras, otras largas y duraderas. Muchas pasaron de largo casi como habían llegado, mientras que otras caducaron entre gran dolor, pena o sufrimiento. Lo malo de conocer gente nueva es que nunca sabes quien te va a hacer daño, o quien hará que te lo hagas tu mismo. Pero por lo general fue agradable conocer a cada una de aquellas personas, ilusionarme un poco (o demasiado en algunos casos), y compartir algunos ratos con gente que estaba lejos. Algunas de esas amistades aun hoy sobreviven.

Pero el problema de las grandes épocas es que pasan, caducan y desaparecen. Un cambio al servidor equivocado, que pasaba más tiempo estropeado que en funcionamiento. Pérdida de visitas para no pasar de 100 semanales, muchas de ellas, por equivocación. Falta de tiempo para escribir, falta de ganas y falta de un tema concreto. Al final, las últimas entradas no llegaron a ser más que un monótono ensayo sobre alguna noticia reciente, siempre publicadas varios días después de lo que debían, ya que el servido estaba casi siempre caído. Por último, aquel primer proyecto murió tal y como había empezado: solo.

Ahora es el momento de la segunda oportunidad. Es ahora cuando he de poner en práctica toda la experiencia acumulada tras el primer intento, y conseguir algo que merezca la pena ser conservado. Sobre qué contar, de mi vida nadie sabe más que yo, por lo que es un buen lugar para comenzar. Si todo sale mal, me retiraré y esperaré hasta la siguiente oportunidad. Si tiene éxito, seguirá adelante mientras haya algo que contar, y alguien que quiera leerlo. No soy de los que tiran la toalla al primer fracaso.